Amigos y Libros

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"El hombre que amaba los perros", de Leonardo Padura

Es la más extensa de las novelas de Leonardo Padura Fuentes publicadas hasta la actualidad. Cuenta con diez ediciones internacionales y le ha valido a su autor reconocimientos en Cuba y Europa, entre otros, el de la Asociación de Libreros y Editores Independientes de Francia como el mejor libro extranjero publicado en 2011, y en Italia obtuvo el V Premio letterario Francesco Gelmi di Caporiaco (2010) en la categoría de novela de investigación histórica.
Entrevistado por Susadny González, Padura comenta que el punto de partida de esta novela fue su visita, en octubre de 1989, a la casa de León Trotski en Coyoacán. Explica que ese lugar, “que era un monumento al miedo, a la persecución, a la imposibilidad de escapar, tocó una fibra muy especial dentro de mí”. Más adelante, el escritor explica acerca de la trama del libro: “Son tres historias que confluyen en un determinado momento. Por una parte el exilio de Trotski (1929-1940). Hice una línea que tiene a Mercader como centro y en la cual se explica un poco su origen familiar. El cambio de personalidad de este hombre que estuvo en el círculo más cercano de Trotski. Y una tercera línea que se desarrolla en Cuba a partir del hecho histórico probado de que Mercader vivió y murió aquí. Todo es pura ficción. Parto de la especulación de que Mercader le pudo haber contado esa historia a alguien: un escritor relativamente joven”.
En esa modalidad de anudar tres historias que van complementándose y contrastando una con otra, pone en juego una constante en sus novelas anteriores y que define, en cierto modo, la manera de narrar de este notable escritor: lo que se cuenta es la historia de una búsqueda, la búsqueda de la verdad, y esa urgencia por descubrir la verdad tiende un puente también hacia la novela policial, la serie de Mario Conde.
En “La novela de mi vida”, el protagonista —uno de los narradores— regresa a Cuba para seguir los pasos del poeta Heredia en Matanzas y La Habana y hallar el documento que esclarezca su biografía, pero también lo hace para comprender qué ocurrió realmente en su propia vida, quién de sus amigos lo traicionó o si su caída en desgracia
y su destierro se debieron a otra razón desconocida. Un segundo rasgo se muestra también en esta obra: las historias que se entrelazan son contadas por distintas voces. Esa polifonía aporta a la narración una riqueza y variedad que está sustentada en la fidelidad de las voces a los distintos personajes. Es decir, no es aparente la variedad de voces; en verdad, vamos accediendo a la historia desde diferentes perspectivas, con el alcance que cada narrador tiene de aquello que vive, sabe y cuenta.
En El hombre que amaba los perros la voz de Iván, el narrador cubano que quiso ser escritor y terminó oficiando de veterinario, le dará unidad y perspectiva a las otras dos historias: la de Trotski recorriendo la etapa final y repensando su existencia desde su expulsión de la Unión Soviética; y la de Ramón Mercader, que necesita creer que lo queha de hacer-matar a Trotski después de haberse ganado su confianza- tiene sentido y es por un bien mayor.
La palabra verdad aparece una y otra vez en el texto con dolorosa insistencia, en especial cuando lo que se hace contradice lo que se afirma. Curiosamente esa búsqueda de la verdad no espera ser divulgada. Trotski, convencido de que ha sido coherente en su vida y compromiso político, escribe incansablemente a quienes aún no le han quitado
el apoyo a pesar de la presión de Stalin. Él parece ser, de los tres personajes cuyas vidas se entrelazan, el único que se empeña en que se escuche, se lea, se sepa lo que quiere comunicar, su verdad, tal vez porque está seguro de que es la verdad. Para Mercader, el asesino, la verdad ha sido un bien inaccesible, cuidadosamente alterado por parte de quienes lo han elegido para la misión que decide cumplir, finalmente, con profunda convicción. Cuando conoce a Iván y le va contando la historia —como si fuera la de otra persona— lo hace para que aquello que sabe, la verdad que ha llegado a conocer, no muera con él. Iván, el narrador cubano, no tiene a quién contarle la historia que ha ido armando, pacientemente, sumando los datos que Mercader le ha dado y lo que él mismo ha podido averiguar. El miedo ha acallado su voz, porque ya conoce el efecto de decir lo que no es adecuado o puede alguno puede interpretar como tal.
Ramón Mercader e Iván se conocen en 1977. A tantos años de su muerte, Trotski todavía entonces es un personaje conflictivo en la isla. Aunque Iván no se atreve a contar a otro lo que va sabiendo, construye la historia para sí. Y para nosotros, sus lectores, que lo seguimos en la reconstrucción de los tiempos difíciles, tan duros, que han constituido el siglo XX. Lo terrible presentado con la sobriedad de quien vuelve sobre los hechos desde el arte, sin el patetismo de lo inmediato, pero no menos doloroso y conmovedor.
El título del libro, El hombre que amaba a los perros, ofrece también claves interesantes para la lectura.
En primer lugar, cabe preguntarse a quién se refiere el título. Aunque la fotografía de la cubierta remita claramente a Trotski, el enunciado hace también alusión a los otros dos personajes: Ramón Mercader está paseando por la playa con sus dos perros, Ix y Dax, cuando conoce a Iván, y ha habido un perro de por medio cuando el camino de la vida
de uno y otro personaje sufre un desvío inesperado. Ramón contempla inerme cómo su madre, para enseñarle que no hay lugar para la piedad en la guerra, le descerraja un tiro al perrito que él había tomado bajo su protección cuando combatía por el bando republicano en la Guerra Civil española. Iván conoce a Ana, quien será su compañera, cuando ella le lleva a un perro para que él lo salve —y lo salva— en los días en que él casi por accidente ha pasado de editor de una revista de veterinaria a veterinario.
La segunda clave es para los lectores de novelas policiales, pues remite al título de un relato de Raymond Chandler que Iván está leyendo la tarde en que conoce a Ramón Mercader. Y también nos permite la referencia a la narrativa policial en Padura, sus novelas de Mario Conde.
Un último narrador es el amigo de Iván, que decide qué hacer con el relato que le ha legado:
 
 Esta tarde, cuando cierren el ataúd de mi amigo, la cruz del naufragio (de todos nuestros naufragios) y esta caja de cartón, llena de mierda, de odio y de toneladas de frustración yde mucho miedo, se irán con él: al cielo o a la podredumbre materialista de la muerte.
Quizás a un planeta donde todavía importen las verdades. O a una estrella donde tal vez no haya razones para sufrir temores y hasta podamos alegrarnos por sentir compasión. A una galaxia donde quizás Iván sepa qué hacer con una cruz roída por el mar y con esta historia, que no es su historia pero en realidad lo es, y que también es la mía y la de tantísimas gentes que no pedimos estar en ella, pero que no pudimos escapar de ella: se irán tal vez al sitio utópico donde mi amigo sepa, sin la menor duda, qué coño hacer con la verdad, la confianza y la compasión.

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